sábado, 3 de marzo de 2012

¿Suerte o desgracia?

Hace unos dias estaba en la cama de mis padres y en su mesa de luz vi un libro que se llama "Con corazon de niño"  de Mamerto Menapace lo abrí y era un libro de muchos cuentos, dije el primero que abra es el que voy a leer. Abri en la pagina 39 el cuento se llama "¿Suerte o desgracia?".

El titulo llamo mi atencion y dije esta bien lo voy a leer:


A veces en la vida, sucede que no logramos comprender las cosas en el momento que las vivimos. (esta primer frase me atrapo mucho y segui leyendo). Sobre esto hay
muchos cuentos. A veces, ocurre que cuando nos pasa algo lo vivimos como una desgracia. Lo vemos como algo que
nos impide vivir. Algo que no nos deja hacer lo que nosotros pensábamos que era el sentido de nuestra vida. El tiempo, sin embargo, nos muestra que eso mismo que nosotros considerábamos una desgracia o un mal suceso, resultó ser
después algo salvador. Hay un hermoso cuento hindú traído de la India que quiero compartir con ustedes:


Una vez, un príncipe tenía un servidor que era
muy sabio. Un hombre que tenía un gran don.
Veía con optimismo la vida. Siempre solía encontrar un sentido profundo, lindo, bueno, positivo,
en los sucesos que pasaban. Era un hombre tranquilo, ya mayor.
El príncipe, en cambio, era joven, fogoso, ardiente, entusiasta. Todo lo quería solucionar inmediatamente. Cuando algo no le salía como él quería,
se ponía furioso. Se enojaba. El servidor trataba
de calmarlo, y muchas veces no lo lograba, al
contrario. La tranquilidad, la sabiduría, el optimismo de su servidor, hacía que el joven se enfureciera todavía más. 
Resulta que una vez, el príncipe quería salir de
cacería. Deseaba cazar en unos bosques que había
dentro de su reino. 
En esos bosques también se decía que había unas
tribus salvajes con las cuales nunca había entrado
en contacto la civilización de la ciudad.
El príncipe salió con su séquito y mucha gente. 
A caballo, con su arco y su flecha, logró herir a un
ciervo que empezó a escapar. 
El príncipe, lleno de entusiasmo lo persiguió y el
secretario lo siguió para acompañarlo. 
Cuando se quisieron acordar, los dos se habían
alejado totalmente del lugar donde estaban los
otros compañeros y no oyeron ni sus gritos, ni
sus voces. Y se encontraron con que el ciervo
herido se había perdido también. 
Pero el príncipe estaba tan entusiasmado que
seguía sus rastros, sin preocuparse por donde se
iban metiendo. 
Hasta que descubrió al ciervo entre unos matorrales. Entonces puso una flecha en el arco, estiró
la cuerda para tirarle el último flechazo con una
flecha elegida que tenía punta de hierro filosa. 
En el momento que estaba tirando, se le quebró
el arco. La punta de la flecha de hierro, al ir para
atrás, le cortó un dedo. Un dedo de la mano.
Justo, el dedo índice. 
Enfurecido, el príncipe tiró al piso el arco y
empezó a llorar, y a maldecir diciendo: 
–¿Y ahora qué voy a hacer?, no voy a poder cazar
más, no voy a poder usar más el arco. 
Entonces, se le acercó el secretario, su ayudante,
y le dijo: 
–Majestad, permítame que yo le cure la mano y
se la vende. 
Y mientras se la estaba curando, le dijo: 
- Majestad, no se queje tanto. A lo mejor en su
vida, esto es una suerte. No piense que es una
desgracia. 


El príncipe respondió enojadísimo:
–¿Cómo se le ocurre que el haberme cortado un
dedo quizás sea una suerte? ¿No ve que es una
desgracia? ¿Qué voy a hacer ahora si me falta el
dedo índice? ¿No ve que para mí se me anula
toda la vida?.
El servidor trató de explicarle: 
–Majestad, ¡por favor! Sólo Dios sabe lo que para
nosotros es bueno o es malo. Si Dios le ha mandado esto, sin duda va a ser para su bien. Algún
día, seguramente lo va a agradecer. 
Pero el príncipe se puso tan furioso que agarró al
secretario, lo empujó, y lo tiró dentro de un pozo
que había en el monte.
Puso unas ramas encima, dejándolo preso dentro
del pozo. 

En ese momento sintió un ruido en el monte. 
Resulta que eran unos salvajes que lo rodearon
con sus arcos y sus flechas y lo agarraron prisionero mientras cantaban: 
–¡Nuestro Dios nos regala la víctima! ¡Nuestro
Dios nos regala la víctima!
El príncipe no entendía nada, no los conocía. No
comprendía su lengua.
Estos salvajes lo llevaron prisionero a su tribu.
Bien adentro de la selva, a dos días de camino. 
Y al llegar allí, se presentaron delante del sacerdote mayor de la tribu para anunciarlo: 
–Esta es la víctima que nuestro Dios nos manda
este año para sacrificarla en su honor. 
Porque resulta que esa tribu tenía la costumbre de
mandar todos los años un grupo de gente al
monte a fin que Dios proveyera una víctima para
el sacrificio. 
Al primer individuo que encontraban, lo agarraban y lo consideraban como la víctima que Dios
había mandada para ser sacrificada en su honor
en medio de los bosques. 
El sacerdote mayor habló diciendo:
–Bueno, demos gracias a nuestro Dios que nos ha
mandado esta víctima. Incluso parece ser un rey.
Pero, antes de sacrificarla, antes de degollarla

sobre el altar, yo quiero revisarla para ver si es perfecta. Porque nuestro Dios solo merece una víctima perfecta. Si esta víctima tiene algún defecto…
Cuando lo empezó a revisar, se dio cuenta de que
tenía un dedo cortado. 
–¡No, no! Esta no puede ser la víctima. Tienen
que ir a buscar a otra persona. 
El príncipe cuando se dio cuenta de eso, se emocionó muchísimo y pensó: «Gracias a Dios. Por
tener el dedo cortado, no me van a matar». 
Entonces, los sacerdotes de los salvajes le dieron
de comer, atendieron bien al rey y lo devolvieron
al lugar donde lo habían agarrado. Porque necesitaban buscar otra víctima.
El príncipe, cuando se dio cuenta de eso, sintió
profundo arrepentimiento por lo que había
hecho con su secretario. Pensó: «Mi ayudante
tenía razón. Lo que creí que era una desgracia,
resulta que fue lo que me salvó la vida».
Entonces, buscó el pozo donde lo había dejado
sepultado. Sacó las ramas, y vio que el secretario
estaba sentado abajo, esperando tranquilamente,
con muchísima sed y muchísima hambre. 
El príncipe lo sacó del pozo y le dijo:
–Perdóname, mi querido ayudante. Vos tenías
razón, realmente yo te hice muchísimo mal. Creí
que haberme cortado el dedo era la peor desgracia de mi vida. Pero resulta que gracias a que
tenía el dedo cortado los salvajes no me sacrificaron, porque yo no era una víctima perfecta.
Perdóname.
Se arrodilló delante de él, le besó los pies y volvió
a decirle: 
–Perdóname, mi querido ayudante. Yo realmente
estuve muy mal. Te quise matar cuando en realidad vos eras una persona que me estaba haciendo
el bien y me estabas diciendo la verdad. 
Pero el ayudante lo miró y le dijo: 
–No, príncipe. Usted no me ha hecho ningún
mal a mí. Al contrario. Usted, al tirarme al pozo
y al taparme con las ramas me ha hecho un grandísimo bien. Porque gracias a que yo estaba acá
encerrado dentro del pozo y tapado por las
ramas, los salvajes no me encontraron. Imagínese
que si los salvajes nos hubieran encontrado, nos
habrían llevado a los dos. A usted no lo hubieran
matado porque tenía el dedo cortado. En cambio
a mí, como estoy sano, me hubieran matado. Y
usted, al tirarme al pozo y taparme, me salvó la
vida. Así que el agradecido soy yo. 
Y se dieron un abrazo. Volvieron al reino y vivieron felices y comieron perdices y a mi no me dieron porque no me quisieron

Creí que este cuento estaba esperando por mi hasta este momento, quizás antes nunca lo hubiese leído o quien sabe, pero la verdad es que me gusto mucho y espero a que a ustedes también. Me ayudo muchísimo leerlo  y quizás a algunas personas les sirva también en este momento u otro. Pero en fin es un lindo cuento para leer.




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